¡¡No más trailing wives!!

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Este post nace de la empatía: llevo bastante tiempo leyendo artículos que cargan las tintas contra aquellos que se van, que dejan todo porque a su pareja le salió un trabajo, una oportunidad. Escribo en solidaridad tanto con mis amigas angloparlantes (que han creado algo maravilloso como un café virtual para “cónyuges acompañantes”) como con pacientes y entrevistados, todos aquellos que han ocupado u ocupan este incómodo lugar sobre el que quiero hablar hoy.

Por si no lo sabías, te cuento que el primer nombre que se le dio a los cónyuges acompañantes en inglés fue “trailing wives” -y sí, eran esposas y no esposos porque recién en el último tiempo han empezado los hombres a seguir a sus mujeres en las expatriaciones. Por eso, empiezo por el término elegido: “trailing wives” se traduciría como… ¿esposas acarreada?, ¿esposa arrastrada?, ¿esposa a la rastra? En fin… sin ponerse feminista la cosa da para pensar, ¿no?

En principio, si lo llamamos “esposa arrastrada” ya no suena tan glamoroso; suena como esa (o ese) que está viviendo de arriba, que se fue a no hacer “nada”, sólo a seguir a su pareja y ni siquiera trabaja. En la comunidad angloparlante hay bastante revuelo con este nombre, sobretodo con las nuevas generaciones de cónyuges acompañantes, muchos de ellos personas que dejan trabajos, y buenos, para apoyar la apuesta laboral de su pareja). La nueva versión, más inclusiva y políticamente correcta es “accompayning partners”, de allí que usemos “cónyuges acompañantes” en este post.

Más allá de lo políticamente correcto sigo pensando que la imagen de estar siendo arrastrado inevitablemente se nos cruza por la cabeza cuando estamos en esa situación debido al trabajo de nuestra pareja. Lo difícil que suele ser adaptarse, rearmarse, organizarse una nueva identidad y todo eso tiende a ser menospreciado. Y los que están afuera de la cuestión y que no tienen mucha noción de la experiencia, suelen ser bastante crueles en sus apreciaciones.

Lamentablemente no sólo me refiero a familiares o amigos sino también a departamentos de Recursos Humanos que, al hacer búsquedas, no logran reconocer el valor que tiene una experiencia internacional en la vida de una persona. Por eso, me parece que es momento de empezar a valorarlo. Por ejemplo, podríamos pensar que descubrir cómo funcionan las cosas en una nueva ciudad, organizar una familia en un nuevo lugar (colegios, actividades, ayudar a la adaptación de los hijos), seguramente requiere un muy buen manejo de proyectos, habilidades de comunicación (y si también hay sensibilidad intercultural, mejor aún), resolución de problemas, una enorme tolerancia a la frustración. En fin, sobre esto voy a escribir en profundidad más adelante.

Hoy quería también dejarles este gráfico inspirado en lo que se dice de quienes eligen apostar a un proyecto de pareja aun corriendo el riesgo de dejar algo de sí en pausa (ya sea el propio desarrollo profesional, ya sea el aprendizaje ya hecho en el lugar de origen, ya sea la cercanía con la familia o con los amigos).

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