Madres expatriadas: cómo ayudar a tus hijos a manejar sus expectativas

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Hace un tiempito hablamos de las expectativas en la vida como expatriados (si no lo leíste, acá te dejo el link) y me quedó en el tintero hablarte de este tema en relación a los hijos. Porque claro, expectativas inevitablemente tenemos todos pero en el caso de ellos son más difíciles de manejar. Y digo inevitablemente porque es difícil no tener expectativas ante un hecho que está por ocurrir. De hecho las tenemos todo el tiempo porque no son más que nuestras ideas sobre las cosas. Podemos creer que teníamos algo en la casa para comer y cuando llegamos y encontramos la heladera/refrigerador/nevera vacía, ufff! que desanimo que nos invade, ¿no? Allí teníamos una idea de lo que creíamos que iba a suceder que, claramente, no se confirmó en la realidad.

Otras veces conocemos gente y creemos que vamos a congeniar fantásticamente y de repente hacen un comentario que no nos gusta y ZAS!, otra vez. Incluso ese comentario podemos tomarlo mil veces peor que si no hubiéramos creído que íbamos a ser grandes amigos. Como decíamos, nuestras expectativas condicionan, y mucho, nuestra experiencia.

Se agrega, además, el detalle de que no siempre sabemos qué expectativas tenemos. No todas son fáciles de detectar pero sentarnos a pensar sobre el tema puede ser de gran ayuda. Es muy frecuente en las sesiones detectar que tal o cual experiencia en sí no había sido tan dramática pero que dadas las ideas previas que estaban en juego el resultado se percibe mucho más negativamente. Buscando un sinónimo para no poner en este artículo la misma palabra mil veces me fue muy interesante que me ofrecieran “esperanzas”; creo que eso explica mejor aún por qué nos frustramos tanto cuando no se cumplen las cosas tal como nuestras esperanzas nos hacían suponer.

Pasemos entonces al tema de hoy, las expectativas y tus hijos expatriados. Y claro, no es lo mismo un chico de 2 años que uno de 16, por supuesto. Pero voy a intentar tocar el tema de modo tal que te sirva para todos.

Si es difícil para los adultos detectar las expectativas que tienen en juego ni te digo para un chico. Porque no necesariamente sabrá que tiene ideas específicas sobre las cosas; es más, muchas veces somos nosotros mismos quienes sembramos esas esperanzas… “vas a ver: vas a hacerte un montón de amigos en la nueva escuela”. Nosotros no tenemos ni idea si eso va a suceder. Por supuesto, es nuestra esperanza que suceda (y agregaría, lo más rápido posible) pero en lo concreto no tenemos mucha noción acerca de la veracidad de nuestra frase.

No va a ser ni la primera ni la última vez que les digamos algo que no es exacto, por supuesto. El tema acá, que creo que hace que tengamos que tener un cuidado extra, es que quizás estamos generando una expectativa de manera innecesaria. Entonces tiene su primer día de clase, no hacen amigos y se sienten un fracaso. Sé que suena exagerado pero creéme, lo he visto suceder. Es más, sienten que han fracasado ante sus padres. Y no, esto no va a traumatizar su vida por siempre pero la verdad es que es un dolor que se los podemos ahorrar.

Por eso en una época en la cual desde el marketing y la publicidad se insiste todo el tiempo en la posibilidad de una vida perfecta, sin tropiezos (o que se arreglan en los segundos que dura el comercial), sin desencuentros, y donde todo reluce de limpio, ordenado y sobre todo de felicidad. En una época con este discurso que nos habita por todas partes es importante -sean o no chicos expatriados- ayudar a nuestros hijos a tener “esperanzas” más realistas. Y con esto no quiero decir que si uno se propone cosas no las vaya a lograr (muchísimas veces las podemos lograr) pero hay dos puntos que remarcar.

Uno, el que tiene que ver con los tiempos. Bombardeados por tanta publicidad exitista nuestra mente empieza a convencerse de que realmente todo se debería resolver en los tiempos que se muestran y que si toma más es que uno está fracasando. Y acá puede entrar desde el hacer amigos a el tiempo que toma manejar la escolaridad en un nuevo idioma, pasando por un sinfin de situaciones frustrantes ineludibles.

El problema no es la situación frustrante en sí, sino la creencia reinante de que podría no existir. Si yo tengo la esperanza de dominar una nueva lengua en tres días, seguro seguro me voy a frustrar. Y si además creo que todo se puede resolver así (chasqueo los dedos) de rápido es probable que piense que la falla está en mí; con el consecuente agregado de angustia, ansiedad, etc., etc.

El otro tema tiene que ver con registrar las ideas que tengo acerca de las cosas. Si no es fácil para grandes menos aún para los chicos. Para los más pequeños tenés los cuentos de ExpatPsi si querés aprovecharlos para sacar el tema. Sean estos u otros, hablar de historias siempre sirve (el famoso Storytelling) porque mientras charlás con ellos de las historias de otros podés detectar las ideas que están teniendo sobre la propia. Y esto es válido para adolescentes también (aunque los cuentos de Sofía quizás les parezcan un poco para chicos). Siempre podés recurrir al cine (IntensaMente es la de cabecera pero no es la única). Cuando charlamos con ellos de lo que les pasa a los personajes es un momento perfecto para detectar las expectativas y ayudarlos a que sean más realistas.  No te olvides que la mayoría de las veces lo que más nos afecta no son las cosas sino lo que pensamos de ellas…

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