“Abrazando un cactus”

En mi consultorio suelo usar este tipo de ejemplos. Me salen espontáneamente: metáforas, imágenes y alegorías para explicar o graficar a los pacientes lo que estoy escuchando en las sesiones. Pero acá empezamos por el final, mejor pongamos un ejemplo.

Y este suena raro, ¿no? porque ¿a quién se lo podrían ocurrir abrazar a un cactus? Sin embargo algo así sucede tan a menudo! Más de lo que creerías.  ¿Te cuento?

Eso sí, antes de empezar aclaro que no tiene nada que ver con eso que tanto circula de que uno tiene que “soltar”. Porque una cosa es estar abrazado, aferrado a un cactus y otra muy distinta es si uno está colgando de un precipicio estar aferrado a una soga, que sería casi lo único que se tiene para poder salvarse.

Sí, ya sé, son ejemplos extremos. Pero verifico una y otra vez que los seres humanos entendemos muchísimo mejor cuando extremamos las cosas. No digo que esté bueno vivir en los extremos pero para fines explicativos son de lo mejor. Y si te estás preguntando qué tiene que ver esto con la vida como expatriados te aviso de antemano que nada particularmente exclusivo. Esta vez es un tema más general pero creo que es importante empezar a nombrarlo y por eso va este artículo.

Volvamos al cactus y al ejemplo que te iba a contar. Carolina está en un trabajo que detesta. La pone mal cada día que se levanta. En realidad el problema no es el trabajo sino su jefe. En estos últimos años se empezó a hablar del acoso laboral pero no está suficientemente extendido como para que entendamos bien las consecuencias.

El tema es que ella no puede más, tiene un jefe que la devalúa constantemente, no reconoce nada de lo que hace y encima cada vez que puede le marca un error. Por supuesto, Carolina es humana, es bastante perfeccionista pero de vez en cuando tiene algún error y zas!, ahí está su jefe listo para resaltarlo. Esto lleva unos años sucediendo, unos cinco años, en el medio hubo un cambio de jefe pero fue, incluso, para peor. Algo sucede que en esa organización Carolina no logra desarrollarse. Esto no fue siempre así; hasta que llegó a esta organización ella venía teniendo una buena carrera laboral, confiaba en sus capacidades y se sentía valiosa.

Pero ahora ya no pasa nada de eso. Ahora cree que no sirve para nada, que si buscara otra opción jamás la conseguiría. Carolina vive su realidad como si fuera su única opción en la vida. Por supuesto, vos y yo sabemos que no es la única posibilidad que tiene. Pero claro, nosotros lo vemos porque estamos por afuera de su situación y eso nos permite tener una mirada más amplia.

Ella está enredada en su situación. Tal como vos y yo sin duda estamos enredados en la nuestra. Porque eso sí, humanos somos todos y en tanto humanos cada tanto (ja, por ser optimistas) quedamos enredados en una situación.

Si alguien le pregunta por la opción de cambio laboral ella dirá que no es posible, que nadie va a querer contratarla. Carolina está aferrada a esta organización. Cabe aclarar que era el lugar en el que ella quería trabajar desde pequeña. Está aferrada a ese ideal de niña, abrazándolo sin poder dejarlo ir. Por más que, igual que si abrazáramos un cactus, este ideal le esté causando un dolor constante.

Esta organización no es cualquier lugar para ella. Es donde siempre quiso trabajar, sus padres y familiares y amigos celebraron muchísimo que ella alcanzara su sueño. Y, según Carolina, dejarlo ahora sería como decir a todos, mi sueño estaba equivocado.

Este es un ejemplo sencillo y el cactus no tiene porque ser un trabajo en una empresa puntual; también puede ser un país, un lugar para vivir, una organización, una empresa, una pareja o un estilo de vida. La idear es que es algo que te está causando dolor y por algún motivo no estás pudiendo dejar de aferrarte a él.

Y, quiero ser clara, esto no es un llamado a que lo sueltes, a veces alcanza con que el abrazo sea menos intenso para disminuir el dolor de sus espinas clavándose en nuestra piel. Otras sí, es necesario que podamos separarnos, y otras puede ser que necesitemos ponernos otro tipo de ropa (o armadura) para que las espinas no nos hagan tanto daño.

Como siempre, no hay una solución igual para todos. Lo que sí, es que cuando empezamos a darnos cuenta que estamos abrazando un cactus con toda nuestra fuerza, cuando vemos que nos estamos exponiendo a ese dolor, recién ahí podemos empezar a pensar cómo hacer para que, al menos, no duela tanto.

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