Época de despedidas

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En esta época del año siempre hablo de las despedidas… La vida expat/migrante tiene muchas, ¿no? Están los que se mudan frecuentemente y quizás en unos meses ya estén viviendo en otro destino; están los que se quedan pero ven que sus compañeros o amigos se están mudando; están los que irán de visita a su país de origen; y están los que recibirán visitas; y, ¡zas!, otra vez las despedidas. Son casi, casi una constante.

Sobre todo para los que están viviendo en el hemisferio norte, es un tema más intenso en esta época porque se están dando varios cierres también. Quizás decidí escribir sobre las despedidas porque en estos días estoy hablando mucho sobre esto con mis amigas que están por todo el mundo. O por lo que escucho de mis pacientes: los que se van, los que se quedan, los que aún no saben qué sucederá pero están despidiéndose de otros. Es un tema que se impone en esta época. Y aunque es más lindo hablar de las alegría, siento la necesidad de abordarlo, aunque nos cueste.

¿Qué puedo decirte? Las despedidas son tristes. Me dirás que es una obviedad y sí, lo es. Justamente, como son tristes y duelen, podemos vernos tentados a obviarlas, es decir, a economizar ese dolor, a tratar de hacerlas rapidito, como si nos sacáramos una curita (o tirita). Para tratar de minimizar el dolor algunas personas hacen otras cosas, por ejemplo, empiezan a distanciarse… ¿Cómo? Si un amigo o un ser querido está por irse, quizás dejemos de frecuentarlo tanto y empecemos a poner cierta distancia. Si un familiar o un amigo está de visita en nuestra casa, puede suceder que no estemos tan conectados los últimos días. Es una especie de “evitación preventiva”. Creemos que, si nos distanciamos un poco, entonces no vamos a sentir tanto dolor cuando ya no estemos juntos.

Ojalá esto sirviera pero la realidad es que solo empeora las cosas. Tiempo atrás escribí que por algún motivo tratamos nuestras heridas emocionales de manera muy distinta a las físicas (por supuesto, no todos; obviamente estoy generalizando). Si nos lastimamos el cuerpo, a ninguno de nosotros se nos ocurriría dejar la herida así, ponernos la ropa y seguir con nuestra vida cotidiana. Todos tenemos muy claro que debemos desinfectar la herida, tratarla periódicamente y protegerla para que sane bien y no se produzca una infección. Bueno, lo mismo pasa con el dolor que sentimos al separarnos de nuestros afectos. Si no cuidamos la herida, crece en nuestro interior una infección que, además, va afectando nuestra capacidad de sentir… Y nadie quiere andar por la vida con una infección que va creciendo dentro, ¿no?

¿Y entonces? Y entonces así es: duele. ¿Qué puedo decirte? Sí, ya sé que duele pero, teniendo en cuenta las consecuencias, creéme que duele más no despedirse, no tomarse el tiempo de reconocer el lugar que el otro ocupa en nuestra vida y lo que sentimos por esa persona que alejarnos de ella. Vamos a tener que procesar un duelo en esta separación y de eso no podemos salvarnos. Y para explicarlo, comparto una metáfora fantástica de Taylor Joy Murray que encontré hace unos días (y que muy generosamente me prestó):

Estoy aprendiendo que las despedidas son sanadoras. Realmente son como un remedio: tienen un gusto amargo y desagradable en ese momento pero nos ayudan a restaurar y fortalecer nuestro organismo. Y sí, las despedidas son dolorosas. Pero permiten que nuestros corazones estén tranquilos (y disponibles) y que podamos atesorar los recuerdos de nuestro pasado y las experiencias del presente.*

*La traducción es mía. Podés encontrar el original acá y de paso chusmear el blog de Taylor que escribe muy muy bien!!!

Y de paso te doy la primicia: muy pronto la tendremos en Compartiendo Saberes (¡¡¡una alegría!!!)

PSSST!: si te gustó este artículo dejame que te recomiende leer este y este otro. Y si tenés ganas de aprender más sobre lo que es esperable que te suceda al expatriarte así como también ideas de como manejarlo, te cuento que hay un Curso con toda esa info: lo tenés acá.

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